Xavi ha sido un
jugador de estatura pequeña que con el paso del tiempo se ha convertido en un
gigante del fútbol, especialmente por su fructífera asociación con Iniesta,
otro gigante de talla menuda. Cuenta la leyenda culé que un día Guardiola fue
al Miniestadi con Xavi para ver jugar a las jóvenes promesas y, señalando a
Iniesta, hizo una doble premonición, una de las más bellas del universo
blaugrana porque relaciona en el tiempo a los tres más grandes centrocampistas
que ha producido La Masia: “Tú me
sentarás a mí, pero él te sentará a ti”. Años más tarde Guardiola dio la batuta
conjuntamente a Xavi y a Iniesta, negando él mismo su segundo augurio, y creó
así uno de los centros del campo más plásticos y dinámicos que se han visto en
la historia del fútbol. Ninguna otra pareja de futbolistas ha expresado mejor
en el campo uno de los postulados más sintéticos del fútbol que nos ha regalado
Cruyff: “El centro del campo es el barómetro del fútbol”. Durante la época del Pep Team, el Barça llegó con estos dos
centrocampistas a tal nivel de sincronización de sus movimientos que uno habría
dicho que La Masia utiliza bailarines
y coreógrafos para entrenar a sus futbolistas. La característica más distintiva
de esta compañía de ballet era la increíble velocidad y precisión con la que se
pasaban la pelota, intercambiando sus posiciones cuando era necesario. No lograban
esta habilidad por la fuerza física – ambos son bastante más débiles y pequeños
que la mayoría de centrocampistas – sino por la técnica de su toque y su rápida
coordinación mental, casi telepática. "Nuestro nivel de compenetración es
tan alto que no necesitamos palabras para avanzar en el campo", dijo Xavi
sobre Iniesta. "Cuando él sube, yo bajo; cuando él tiene la pelota, yo voy
a una posición libre; y cuando yo recibo la pelota, él va al espacio. Es un
simple baile".
Lo hacían con tal
exactitud que podían permitirse el lujo de hacer la mayor parte de los pases en
sentido horizontal, simplemente para mantener la posesión del balón – un
procedimiento que cansaba a los defensores y les hacía perder su concentración,
como hipnotizados por el movimiento rítmico de la bola o por el movimiento pendular
de los jugadores del Barça. El gran defensor inglés John Terry describió muy
bien cómo, como defensor, tuvo que sufrir el fútbol de posesión: "No me
gusta jugar contra equipos que tocan y tocan. Te pasas todo el partido
corriendo detrás de ellos y es muy frustrante. Debes permanecer muy concentrado
todo el tiempo. Haces un error y te marcan un gol ".
Xavi es un
jugador que tiene un toque privilegiado – se le ha visto amortiguar saques de
portería con el exterior de su bota con la tranquilidad de quien se está tomando
un café – y que, con su obsesión por no perder el balón aprendida en La Masia desde los 11 años, desarrolló
una maniobra singular conocida por el fan culé como “la vueltecita mágica” –
con la cual se zafaba de sus contrarios a base de girar sobre si mismo como una
baldufa. Aún así, la parte más hábil de su cuerpo no está en sus botas sino en
su cerebro: Xavi aprendió los fundamentos del fútbol posicional jugando a
Fútbol-7 de niño en La Masia y, más
tarde, cuando Van Gaal lo subió al primer equipo, pero estalló como una flor
cuando Rijkaard lo situó a diez metros del área, donde sus triangulaciones fulgurantes
con Iniesta, Ronaldinho y Messi deslumbraron al mundo. Xavi se distinguía por
su capacidad de pensar rápido y jugar con la cabeza alta, como muchos grandes
centrocampistas antes que él, pero por encima de ellos ha mostrado una capacidad
de análisis propia de un jugador de ajedrez: podía intuir por dónde iba a
discurrir la jugada cinco o seis toques antes que todo el mundo – acelerar el
juego si había que filtrar un pase a Messi o pausarlo si había que esperar a
que Alves subiera por el lateral –, controlando el tempo del juego como un Gran Maestro del fútbol. Esta facultad suya
era tan obvia que el Barça jugaba de dos maneras distintas: una con Xavi – más
ordenada y siempre siguiendo las pautas del estilo – y otra sin él. Xavi se
identificó tanto con el fútbol de posesión del Barça que ya desde pequeño sus
entrenadores de La Masia le
descubrieron una obsesión que lo haría famoso: "Se puede pasar todo un
partido sin perder apenas una pelota".
Estos días se anunciará que Xavi se marcha definitivamente
del Barça para vivir una última aventura futbolística y personal en una liga
extranjera menor. Xavi había sido criticado recientemente – también desde estas
páginas – porque ya no era el Xavi que marcaba la diferencia, por mucho estilo
que aportase: pero no era culpa suya sino de la biología, y en todo caso la
responsabilidad última era del club. El Barça debería haber tratado de
convencer a este genio hace ya más de un año de que pasara al cuerpo técnico.
En lugar de utilizar el faro de su mente para el bien del club, dejaron que su
inmensa sombra asustase a Thiago y a Cesc y cobijase a un sinfín de tertulias
estériles sobre el estilo: el estilo lo traen impreso en sus botas los
jugadores desde La Masia, con lo cual
la premisa de que había que mantener a Xavi para preservar el estilo era falsa.
Esperar que Zubizarreta y Martino – seguramente los dos más grandes
incompetentes que ha tenido la dirección del club desde la era Núñez y Gaspart
– comprendieran estas sutilezas lógicas hubiera sido como pedirle peras al
olmo.
Recordamos a la mayoría de grandes científicos,
personalidades y futbolistas por su apellido, como es natural, porque hay
incontables Alberts pero sólo unos Einsteins, infinitos Johans pero pocos
Cruyffs. Como el cantante catalán Raimon, Xavi – el diminutivo catalán de
Xavier, sin apellido – tiene entrada propia en Wikipedia: sólo hay un Xavi,
inmortalizado ya en decenas de millares de dorsales del Barça con el 6 y de la
Roja con el 8 que corretean por todos los rincones del planeta intentando
imitar al Xavi original. Debemos dar gracias de que Xavi sea hijo de un
futbolista de Terrassa y de que fuera educado en La Masia; desde entonces Xavi se sabe representante de un club y
unos valores, y por eso nunca se descamisaría para lucir sus tatuajes o sus
pectorales, ni se le conocen ninguna subida de tono ni ninguna conducta
violenta en su dilatada carrera deportiva. En estos tiempos convulsos en que la
directiva ha vendido media alma a Qatar, jugadores como Xavi salvan la cara del
“Més que un club” porque él cree en
ese lema desde el fondo de su corazón. Llenó de orgullo a millones de catalanes
cuando tras cada triunfo de la Roja se arropó con la senyera delante de las
cámaras de todo el mundo para recordarnos, como hizo Raimon, que quien pierde
sus orígenes pierde su identidad. Pero también se dejó querer por gentes de
todas razas y colores y recordaremos con especial cariño su encomiable amistad
con Iker Casillas, el amable cancerbero del eterno enemigo; ellos nos enseñaron
que el fútbol, por ser un juego, debe ser un ejercicio fraternal, nunca
fratricida. La de Xavi era una camiseta pequeña pero la vistió un gigante
catalán del fútbol. Contaremos a nuestros nietos que el Gegant del Pi se llamaba Xavi.
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