Hasta el aficionado más ignorante en fútbol vislumbra que el equipo de Tata Martino no brilla a la altura del de Pep Guardiola, por más que la directiva del Barça insista en convencer al entorno de que todo va bien y de que las opiniones negativas “no ayudan”. Los engranajes del equipo de Tito Vilanova y Jordi Roura ya chirriaban – recuérdese la doble paliza que nos atizó el Bayern –, o sea que la cosa tiene que venir de lejos. Qué será, se preguntan los expertos, si los jugadores son los mismos?
Aquí radica el problema: los jugadores ya no son los mismos
– son mayores. La edad no perdona y
el club aún no ha aprendido a gestionar el envejecimiento inexorable de nuestros
héroes. Hace unas semanas, Martino declaraba con gran insensatez que “un
futbolista puede jugar al fútbol hasta los 35 años”. Sí, en el Sant Feliu de
Guíxols sí, pero no en el Barça. Es fácil de entender. Hay dos tipos de células
musculares: las miofibras lentas (también llamadas “de tipo I”) y las miofibras
rápidas (“de tipo II”). La mayoría de la gente tiene en sus piernas un 50% de
cada tipo, mientras que los atletas olímpicos de maratón tienen (por
predisposición genética) un 80% de miofibras lentas y los atletas olímpicos de
velocidad tienen un 80% de miofibras rápidas. No hay estudios sobre jugadores
de fútbol pero como está claro que el fútbol es un deporte en el que tienen
mucha importancia los sprints, los
métodos de selección de futbolistas favorecen a atletas con un alto porcentaje
de miofibras rápidas. Éstas son las células veloces que imprimen a Messi sus
carreras fulgurantes, a Iniesta su arranque de duende y las mismas células
veloces que imprimían – resalto el uso
del pretérito – a Xavi su vueltecita mágica y a Alves sus cabalgatas de galgo:
pero a éstas últimas se les acabó el fuelle. (Xavi cumplirá 34 años en enero y
Alves tiene ya 31.)
Lo
que no sabe el Tata Martino es que, por más que se entrenen Xavi y Alves, desde
que tenían 25 años sus miofibras rápidas empezaron a convertirse en miofibras
lentas, aproximadamente a un ritmo del 1% anual – un proceso natural llamado
sarcopenia y que es tan ineludible como las canas o las arrugas de la cara. Por
eso Puyol (35 años) se rompe cada vez que intenta uno de sus sprints de jabato de antaño. Por eso
Alves ya no vuelve a defender con tanta rapidez como antes y deja en la defensa
esos temibles agujeros negros por los que se gana broncas de Busquets. Por eso
Xavi – cuyo músculo más importante es su cerebro – ya hace tiempo que no nos
deleita con la vueltecita mágica, ya no presiona con intensidad en la medular,
y decidió retrasarse a zonas donde no pudieran presionarle: el equipo acabó
cortocircuitando las jugadas pasando el balón al todopoderoso Messi
(“Messi-dependencia”). La ciencia lo explica todo. Excepto el que no se haya
tomado la decisión de incorporar a un genio como Xavi al cuerpo técnico.
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