Todos los seres vivos, desde las bacterias, hasta las
plantas y los animales, poseen mecanismos para defenderse de otros seres vivos que
les pueden herir o infectar, causándoles enfermedades. Estos mecanismos
constituyen el llamado sistema immunológico, que en los humanos consiste en un
complejísimo entramado de tejidos y células – como los granulocitos, los
macrofagocitos, las células dendríticas, los limfocitos B y los limfocitos T, entre
otras – que se comunican entre ellas para vigilar constantemente nuestro cuerpo
contra posibles invasores. Los limfocitos son brillantes ingenieros de la
genética molecular que consiguen a partir de nuestro ADN generar casi infinitas
combinaciones de receptores (uno distinto para cada célula) para reconocer al
enemigo que pueda presentarse. Si, por ejemplo, penetra un microbio en la
sangre, el receptor de un limfocito B lo acaba reconociendo, lo engulle y se
encarga de producir anticuerpos contra el microbio y de activar a otros
limfocitos B. Los anticuerpos inundan la sangre y se pegan a los otros
microbios; estos microbios rodeados de anticuerpos resultan muy apetitosos para
los macrofagocitos, que los engullen en un plis plas como si fueran albóndigas
con espaguetis.
El Barça de Guardiola, conocido como el Pep Team (2008-2012), llegó a la cima del deporte rey con un brillante fútbol de posesión y de ataque que tiene sus raíces en los métodos traídos por Cruyff desde el Ajax en 1988 para construir su Dream Team y en la coordinación más fructífera con una cantera (La Masia) jamás vista en la historia del fútbol. Ese estilo de fútbol, el famoso “tiki y taka” que encumbró a La Roja en dos Eurocopas (2008 y 2012) y un Mundial (2010), está ahora enfermo. Ocurre que de tanto analizar el tiky y taka, muchos clubes han desarrollado diferentes anticuerpos contra él. Uno es el autobús, contra el que el Barça se estrelló en varias ocasiones. La idea es sencilla: ni Messi no puede driblar por donde no cabe el balón. Otro es el contragolpe, que el Real Madrid utiliza con gran eficiencia gracias a la velocidad de sus delanteros. Uno muy pillo es el de la presión selectiva, desarrollado por el Borussia Dortmund de Jürgen Klopp, que deja más libre de marca al lateral menos técnico del contrario para forzar subidas del balón por una ala en particular. El más inteligente es utilizar contra Messi y sus muchachos la misma arma que utiliza el Barça para neutralizar a sus contrarios: la presión muy alta para dificultar la circulación y causar errores en el pase, como ha demostrado Unai Emery primero con el Valencia y luego con el Sevilla.
Hay que recordar que el Bayern de Munich vapuleó al Barça en las semifinales de la Champions League de la pasada campaña por un total de 7-0; que Messi anduviera cojo es poca excusa en lo que se discute aquí, que es la superioridad aplastante del Bayern. Ahora el Bayern acaba de ser eliminado, también en semifinales, por el Real Madrid por un total de 5-0. En todas esas cuatro semifinales el equipo que acabó derrotado (que en el 2014 es casi el mismo que el vencedor del 2013) ganó la estadística de la posesión por un amplio margen. Qué está pasando? Es que la posesión ya no vale un peine? Estamos realmente ante un Real Madrid “imperial” (Sámano, El País)?
Ni lo uno ni lo otro, pero sí que hay que volver a la pizarra. Primero, constatemos que el fútbol de posesión se sustenta en la Presión Total y, sin ella, se derrite como la mantequilla. Lo cierto es que el Barça siempre exageró la estadística de la posesión en su favor: el que el Barça haga 500 pases por jugador cada partido, casi un 90% de ellos bien, puede ser un indicador de que los jugadores son muy buenos (como siempre lo ha querido interpretar el club) o de que, simplemente, los pases son muy cortos. Ahora, la mayoría de las críticas apuntan a la defensa porque (con Puyol en la UVI y un Mascherano reciclado) siempre está llena de parches, pero la presión empieza en la delantera y la media. Xavi, que no ha perdido ni pizca de su prodigiosa técnica ni de su inteligencia privilegiada para organizar el juego, ha perdido la explosión muscular en las piernas que se requiere para seguir a la marca; contra el Villarreal, en un contraataque aparentemente anodino, el centrocampista Cani se fue corriendo de la zona defensiva, pasó por el lado de Xavi en la medular, y llegó al área con 15 metros por delante de Xavi, desde donde remató a placer en solitario. Ocurre varias veces por partido; lo de Cani es sólo un ejemplo que acabó en gol. Hasta ahora, todo el sistema de juego pivotava alrededor de Xavi y cada jugada era procesada por sus botas: una Xavi-dependencia. La famosa Messi-dependencia de la era Tito no fue un mal sino un síntoma de lo que se avecinaba: simplemente es que, al decaer progresivamente la influencia de Xavi en el sistema de juego, los jugadores instintivamente optaron por cortocircuitar los pases hacia Messi en vez de canalizar el juego por Xavi, ahora más retrasado para no perder balones. La lección para la dirección deportiva es que el Barça tiene que aprender a decir adiós a sus leyendas. Basta con dar la titularidad a jugadores jóvenes como Cesc, Sergi Roberto, Bartra y Montoya para poner al día la presión. Qué cruel ironía: para preservar el estilo, Zubizarreta y Martino se han aferrado a Xavi como náufragos al bote que zozobra y es ésto precisamente lo que ha causado el naufragio del estilo.
Segundo, el talón de aquiles del fútbol de posesión ha sido siempre la previsibilidad de su juego. Todo el mundo sabe cómo van a jugar el Barça y La Roja desde el minuto cero, lo cual da una ventaja inmensa a sus rivales. Tradicionalmente la previsibilidad se ha justificado como una necesidad de cantera: había que enseñar a los chavales cómo juega el primer equipo. Está bien que se mantenga la transparencia como bandera, pero uno no tiene que aferrarse a ella en todos los minutos de todos los partidos. No hay nada deshonroso ni anti-pedagógico, al contrario, en salir a sorprender al rival en los partidos clave de la temporada. Todos los grandes actores de teatro se han saltado el guión en sus noches mágicas. No se trata de enterrar el fútbol de posesión sino simplemente de adaptarse al rival de vez en cuando.
Tercero, el fútbol de contraataque sólo es un anticuerpo, ahora toca desarrollar el antibiótico. Ese antibiótico no puede violar los principios del juego del Barça, como ha hecho recientemente Tata Martino mandándoles a Mascherano y Piqué a que peguen patadones al balón para adelante saltándose el mediocampo a la torera: “El centro del campo es el barómetro del fútbol”, advirtió Cruyff. Fue un error traer a Martino, sin experiencia en el fútbol europeo ni conocimiento de La Masia, porque ha sido el entrenador que ha dado menos minutos a los canteranos en los últimos años. El antibiótico sólo lo sabrán desarrollar los brillantes jóvenes futbolistas de La Masia que esperan su turno para jugar: Cesc (ex-capitán del Arsenal, singular jugador box-to-box con un pase letal), Sergi Roberto, Bartra, Samper, Dongou, Munir, Lee, y otros. No hay que darle más vueltas al asunto: la solución a los males del Barça no la traerán los fichajes estrella que Zubizarreta ahora mismo está barajando para paliar su desastrosa planificación – la solución llegará, como siempre, de La Masia.
De hecho, el contraataque es un arma más vieja que la moños y huele a moho, no a imperial. No hay defensa posible contra la velocidad ni contra la altura, por eso Florentino (que es constructor) prefiere a atletas musculados que a artistas del balón. Hay pocos jugadores en el Real Madrid que hubieran tenido sitio en el Barça del Pep Team (CR, Benzema, Ramos), y el equipo merengue acusa esa falta de nivel técnico cuando juega contra rivales que le juegan agazapados atrás. Los contraataques se han cortado toda la vida de raíz, con faltas rápidas – con un empujoncito, como saben hacer en Italia – y antes de que se despliegue el velamen; contra las faltas laterales no hay mejor arma que el fuera de juego – como demostró la zaga de Baresi en los 80 –; y, si el rival tiene jugadores tan rápidos como Cristiano y Bale, pues no queda más remedio que retrasar la defensa: lo imprudente es darles espacio con el argumento estéril de que “tenemos que ser fieles a nuestro estilo”. Ahora que ese estilo ha sido ridiculizado ya dos veces, es hora de aparcar los dogmatismos irresponsables. En el Bayern, Guardiola ha intentado transplantar el tiki y taka pero Schweinsteiger no es Iniesta, Javi Martínez no es Xavi, y Robben no es Messi, con lo cual las circulaciones son menos precisas; con rivales como el Madrid, este Bayern debería haber jugado a lo suyo, que es el fútbol arrollador de treinta centros al área por minuto. Ahora los que más critican a Guardiola por ese error puramente táctico son los resentidos que tuvieron que sufrir la vejación de verle alzar 14 títulos de 19 posibles en el Barça. Pero la posesión y el fútbol de toque no se han ido a ninguna parte. De los cuatro goles del Real Madrid al Bayern, tres fueron a balón parado (nadie saltó con Ramos en los dos primeros goles, y el balón pasó bajo la barrera en el cuarto), y el otro un contraataque en el que CR y Bale corrieron 40 metros contra un solo defensa: el mejor antibiótico, al fin y al cabo, es no cometer errores imperiales.
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