Los humanos han soñado con volar desde tiempos inmemoriales.
En la mitología griega, el artesano Dédalo confecciona para él y para su hijo
Ícaro unas alas de cera y plumas para poder escapar del laberinto donde también
está atrapado el monstruo Minotauro. Antes de volar, advierte a su hijo que no
debe volar cerca del Sol o sus alas se fundirán, pero el joven está tan absorto
en el placer de volar que se olvida de la advertencia y vuela tan alto que se
acerca demasiado al Sol, con lo cual se funden sus alas y se cae al mar. Las
alas de Ícaro inspiraron a muchos inventores, que durante siglos desarrollaron
modelos primitivos de alas delta para tirarse desde lo alto de árboles o
torres, a menudo con finales trágicos. Leonardo da Vinci también inventó unas
alas, aunque nunca llegó a probarlas, y dedujo que un objeto ofrece tanta
resistencia al aire como el aire al objeto – una conclusión que anticipó en
doscientos años el principio de acción y reacción de Newton.
La Masia es el
taller donde los Dédalos y los Leonardos da Vinci del fútbol de formación
fabrican alas para que los jóvenes futbolistas puedan echarse a volar hacia el
Camp Nou. Ahí, cuando aterrizan, demuestran que lo que aprendieron desde niños
en La Masia les ha preparado para
ejecutar movimientos sincronizados con su equipo de manera parecida a cómo una
compañía de baile educa a los bailarines desde muy jóvenes a controlar su
cuerpo al son de la coreografía. Al club le gusta y le conviene este modelo
educativo porque, así, los chavales que vienen de La Masia juegan de memoria y, de pasada, aman tanto el club que se
desviven por quedarse en él para siempre.
Algo pasa con la ejecución del modelo cuando dos de las
perlas de la cantera, Thiago y Cesc, han decidido marcharse del club. Para
ambos llegar al Camp Nou fue la ilusión de su vida, como para Ícaro volar, pero
ambos no llegaron a cuajar como titulares y se estrellaron – algunos insisten
que porque tuvieron la mala fortuna de coincidir con Xavi e Iniesta, el Sol que
alumbraba entonces el Estadi y que derritió sus alas. Cesc Fàbregas se ha
marchado ya dos veces del Barça. El Barça, con sus presidentes que esconden
contratos oscuros con Qatar y con Brasil, probablemente da miedo. La Premier, en cambio, es como el cielo para un futbolista sencillo y
vertical como Cesc. Pero las comparaciones de Cesc y Thiago con Xavi e Iniesta (“No
está a su nivel”, “No baja a defender”) fueron siempre ruines porque olvidaban
que jugando menos minutos (sin rechistar) Cesc hacía más goles que ellos dos
juntos, pues tiene una llegada y un chut envidiables; y Thiago es un artista
como pocos. También
a Iván de la Peña se le criticaba con semejante rumorología y aún añoramos sus
genialidades. Ningún técnico dijo “Y Cesc?” cada vez que que Xavi se ponía en
evidencia fallando (como era habitual) un tiro libre, mientras tenía a su lado
a uno de los mejores ejecutores de faltas de la historia de la Premier. Xavi e Iniesta han sido enormes
jugadores, pero también lo son Cesc y Thiago – y la vida de un futbolista es
demasiado corta para pasársela chupando banquillo. Cesc y Thiago se marcharon simplemente porque entendieron
que los técnicos y la directiva decidieron alargar artificialmente la vida deportiva
de Xavi, que hace ya un año largo que no debería jugar en el Barça. Xavi es ya
una leyenda, pero sus piernas no son eternamente jóvenes.
El caso de Cesc Fàbregas pone en evidencia la pésima gestión
de La Masia por parte de la
directiva. Valoraron a Cesc a la baja en función de su pobre rendimiento en un
año en que todo el equipo tuvo un rendimiento desastroso. Dato correcto,
conclusión errónea: falta profundidad de análisis. La directiva se ha jactado del
balance positivo del traspaso de Cesc y para ocupar su posición han fichado a Rakitic,
un centrocampista que (como Koke) puede hacer de parche porque tiene buen toque
y fondo físico – pero para jugar en el centro del campo del Barça hay que ser
más que bueno: hay que tener la excelente visión de pase de Cesc o de Thiago.
Esta directiva no entiende que, precisamente porque el ADN Barça tarda años en
cultivarse, la pérdida de un jugador de La
Masia siempre supone una tragedia para el primer equipo, y en cualquier
caso (antes de jactarse como idiotas) a la ganancia económica hay que restarle
el efecto reforzador de un rival europeo. El Chelsea (a la cabeza de la Premier gracias a los pases de Cesc) es
ahora un rival sumamente peligroso, y si el Chelsea eliminase al Barça de la Champions el traspaso de Cesc dejaría de
ser un éxito económico.
Nos queda una lectura positiva. En realidad,
Cesc y Thiago – y todos los jóvenes de la cantera que triunfan fuera –
contribuyen a perpetuar la noción de que La
Masia es, de lejos, la mejor academia de fútbol del planeta. Dentro de un
siglo se dirá que los grandes futbolistas de la época se fabricaban en
Barcelona. Ahora, en el Chelsea, Cesc vuelve a maravillar a los aficionados con
sus asistencias y eso – que Ícaro vuelva a volar – a muchos culés nos llena de
orgullo. Cada gol, cada asistencia de Cesc y Thiago recuerdan al mundo que el
legado de La Masia es mucho más
grande que todos los títulos del Barça y también que todos sus directivos. Los
hijos de nuestros hijos aún hablarán de Cesc y Thiago, los jugadores que
tocaron el Sol fuera del Barça, pero ya nadie sabrá quién fue ese ridículo
director deportivo apodado Zubi.
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