El
cristal o vidrio, compuesto principalmente de dióxido de silicio – extraído de
la arena de playa –, es un material transparente conocido desde hace más de cuatro
mil años por los antiguos mesopotamios y egipcios. Su descubrimiento debió ser
casual, pues se puede obtener al fundir arena en un horno de metal. El cristal
es transparente porque los electrones de sus átomos han de absorber mucha
energía para canviar de nivel de energía, y en consecuencia un fotón (partícula
de luz) que atraviesa el cristal raramente es absorbido, a menos que tenga
mucha energía (rayos ultravioleta o más energéticos; por eso el cristal filtra
la radiación ultravioleta). Otros materiales como el diamante también son
transparentes por la misma razón. Al contrario que el diamante, que es muy duro
porque sus átomos están organizados en una fuerte estructura cristalina, el vidrio
es mucho más frágil porque sus átomos están totalmente desordenados, y así
están menos cohesionados.
El sistema de juego del Barça es elegante y transparente
como el cristal. Sus postulados básicos – Posición, Posesión, Presión – son
conocidos e imitados por todos los rincones del planeta. Es transparente por
diseño: el sistema debe ser fácil de asimilar hasta por los más jóvenes, para
que puedan aprender y evolucionar en un mismo ecosistema. Esta idea original de
Jack Reynolds, el primer entrenador del Ajax, ha dado muchos frutos, y aún hoy
la Masia, la academia de fútbol del Barça que ha producido una ristra
inacabable de talentos desde Guardiola hasta Messi y Busquets pasando por
Puyol, Iván de la Peña y muchos más, es el referente mundial número uno de la
educación en fútbol.
Pero ocurre que el sistema de juego del Barça tiene
también la fragilidad del cristal. El juego posicional no siempre le gana en
velocidad al patadón, ni es immune a un buen cabezazo. Las posesiones largas
del Barça exigen gran concentración y técnica porque los pases deben efectuarse
a gran rapidez para que no los intercepte el contrario. Esas posesiones
elaboradas con gran paciencia invitan al contrario a emplazarse en el campo en
la misma posición defensiva una y otra vez (“el autobús”), con lo cual el
sistema parece repetitivo y poco eficiente a ojos inexpertos, pero la realidad
es más parecida a una partida de ajedrez en la que el Barça siempre juega con
la ventaja de las blancas – el ataque. En la presión, todos deben colaborar no
solamente corriendo sino pensando en su óptima colocación. Si falla un solo
eslabón de la cadena, las jugadas más simples pueden romper el cristal del
Barça. Ese equilibrio estaba muy bien cuidado en el Barça de Guardiola y en el
de Tito, no sólo por su talento como entrenadores sino también porque
aseguraron un continuo influjo de jugadores de la cantera (“el ascensor”).
En el Barça se ha confundido a menudo esa transparencia –
tan necesaria para su ADN – con la fragilidad que a veces acusa el sistema. Son
dos propiedades independientes, de la misma manera que existen objetos de
plástico que son transparentes pero no frágiles y las cáscaras de huevo que son
frágiles sin ser transparentes. Cuando llegó Martino, empezaron a surgir
expertos en fútbol como setas clamando que “los rivales nos han encontrado el
truco” y que “hay que encontrar variantes”. Piqué y Mascherano probaron a
colgar balones al área durante un tiempo hasta que se cansaron. No es que
hubiera nada malo en la transparencia en sí, sino que el sistema se había
vuelto frágil por su peor ejecución. Faltaba Puyol y la media de asistencias
por partido de Xavi rondaba el cero absoluto – mientras Thiago y Cesc hacían
cola en el banquillo. Nadie se atrevió a acusar al legendario Xavi ni apuntó lo
más obvio: que en fútbol ya está todo inventado y que en lo único que había que
trabajar es en mantener – o a ser posible, incrementar – la velocidad de
ejecución. “Lo único que hacemos es intentar pasarnos el balón lo más rápido
posible”, había advertido Guardiola después de ganar brillantemente el
Mundialito de fútbol por 4-0.
Luis Enrique se apuntó al carro de los listos que
buscaban variantes al estilo como fuese. El fichaje de Suárez completó uno de
los mejores trios atacantes de la historia del Barça (“MSN”) y los fans de Luis
Enrique usaron los títulos para avalar sus argumentos – cuando lo difícil, con
la MSN, era no ganarlos. Para alumbrarnos con su pensamiento Luis Enrique trajo
a Rakitic, Digne, Mathieu, Gomes y Alcácer. Los tres últimos fueron todos
fichados del Valencia a precios hinchadísimos por mediación del directivo
Robert, un ex-valencianista, sin que nadie haya investigado posible corrupción.
Otra de las aportaciones de la mente privilegiada de Lucho es que paró el
ascensor – prescindió de Samper, el llamado a ser el heredero de Busquets, y
utilizó a los jóvenes con cuenta-gotas – sin más argumento que el banquillo
está lleno (de paquetes), una irresponsabilidad que ha puesto en peligro la
progresión profesional de decenas de canteranos. Luis Enrique dijo también que
impondría un régimen de rotaciones, pero pronto quedó claro que la MSN sólo
rota cuando le rota. Una esperpéntica alineación de Luis Enrique contra la
Juventus (con Digne en vez de Jordi Alba de lateral y con Mascherano en la
media en vez de Denis Suárez) costó al Barça su clasificación en Champions League. Ahora el Barça acaba
de perder la Liga, o mejor dicho, se la ha regalado al Real Madrid perdiendo puntos contra rivales
mucho más débiles y así los periodistas serviles de Florentino pueden elevar al
eterno rival a la categoría del “Madrid más total” (Sámano, El País) por una
Liga sin brillo ganada a trompicones.
Hace ya más de treinta años que en
el Barça todos los problemas llegan siempre por arriba (la directiva), nunca
por abajo (la cantera). Los cuatro últimos presidentes se han visto envueltos
en negocios turbios: uno aún está encausado (Bartomeu), dos han estado en
prisión (Núñez, Rosell), y el otro (Laporta) perdió la confianza del socio por enriquecerse
con el régimen dictatorial de Uzbekistán. Ha llegado el
punto de que el socio ya está acostumbrado a que la directiva haga una peste
que te cagas, y hace gracia oír las críticas a la Masía y al estilo – cuando lo
único que funciona como un reloj en el Barça es la Masía. Aprovechando que ya se había ido Guardiola, un grupo de
directivos se puso a rebuznar que había que encontrar vías alternativas y
fichar fuera porque “la Masía no podía producir Xavis e Iniestas cada año”. Este
curso la Masía ha conquistado todos los títulos de fútbol 11 (desde el Barça B
hasta el infantil B) y siete de los nueve títulos de fútbol 7 (el alevín A, C y
D, el Benjamín A, B y C, y el Prebenjamín), igualando su récord histórico de 14
títulos. El Barça es una injusta pirámide donde los más engreídos y zopencos
gobiernan sobre los más humildes e inteligentes.
Lo más preocupante es que no hay indicaciones de
que la directiva sepa reconocer ni los errores ni las causas de la crisis. Hace
unos días el presidente Bartomeu manifestó que “No estamos perdiendo la esencia del modelo Barça”. Es
cierto que la Masía no ha perdido el rumbo, pero el primer equipo ha jugado
cada jornada un partido distinto, desorientado por el peso de su herencia bajo
un liderazgo desconcertante. Cualquier niño sabe que Thiago, Cesc y Bartra –
tres internacionales que se hartaron de
chupar banquillo y fueron fichados por una miseria por grandes rivales europeos
– son mejores que Rakitic, Gomes y Mathieu: con aquellos canteranos no se
hubiera malogrado esta Liga, y por lo tanto este campeonato se ha perdido no
por flaquezas de la Masía o en el ideario,
y ni mucho menos por méritos del Real Madrid, sino por errores evitables en la
dirección culé. En la cantera están los mejores
futuros jugadores de España y no hay que buscar más afuera: la Masía ya los
moldeó con el ADN Barça. Pero sólo un nuevo entrenador que aprecie el tesoro de
la Masía podrá reparar el cristal agrietado de la esencia del Barça. La única
suerte es que los problemas del Barça – por mucha peste que hagan – son tan
transparentes como su esencia misma.