Un torbellino es un fenómeno
atmosférico de carácter turbulento causado por un enorme gradiente vertical de
temperatura y presión, que provoca el rápido movimiento ascendente y circular
del aire concentrado en una pequeña área. Los hay de muchos tipos y potencias.
Los remolinos más potentes y devastadores son los tornados. Remolinos mucho más
corrientes e inofensivos son los remolinos de polvo, de nieve, o de hojas que a
menudo se ven en la Naturaleza.
El Barça está inmerso en un gran
torbellino que no le permite discernir los errores de los aciertos en la pasada
temporada. Por un lado, el torbellino parece crear la ilusión de estar en una
espiral ascendente porque el equipo ganó un triplete, Messi ha encontrado una
posición idónea para expresar su mejor fútbol, Neymar y Suárez se reparten
las asistencias geniales de Messi como buenos hermanos, y la defensa –
liderada por un magnífico Piqué, resucitado como el ave Fénix –
ha sido de una solidez a prueba de bombas. El grupo, además, cierra filas
alrededor del entrenador, que al final ha validado su teoría de que las
rotaciones – por mucho que desde fuera parezcan aleatorias
– son importantes para mantener a los
jugadores fuera de la enfermería a largo plazo. El aficionado eufórico diría
que este es un torbellino de confettis y celebraciones, el torbellino del
tridente atacante más mortífero que quizás haya tenido nunca el Barça.
Pero el torbellino ha pulverizado dos
cosas muy importantes del Universo azulgrana. La primera es que el equipo ya no
construye el juego elaborándolo en el centro del campo –
un postulado cruyffiano que parecía inviolable. Por consigna de Luis Enrique,
las transiciones son más rápidas y, todo hay que decirlo, el juego ha adoptado
más variantes. El problema es que el sistema potencia centrocampistas fuertes
como Rakitic y desaprovecha los pies finos de Iniesta, a quien se le pide que
corra demasiado. De momento, muchos consideran que el cambio está validado por
los triunfos obtenidos – una interpretación peligrosa ya que
podría darse el caso de que el triplete hubiera coincidido con un momento de
baja forma de los rivales. El tiempo juzgará a Luis Enrique de la misma manera
que juzgó a Cruyff.
El torbellino también ha pulverizado
la cantera del Barça. La Masía – alabada
desde las grandes escuelas de negocios como el motor del Barça porque generaba
inmenso talento a bajo coste como Puyol, Xavi, Iniesta, Messi, Busquets, Pedro,
Cesc, Thiago, y un largo etcétera – ha caído
en picado desde que Sandro Rosell se hizo cargo del Barça y dio prioridad a un
modelo mercantilista de club, que Bartomeu ha continuado con fuerza. Es muy
sencillo de explicar. La Masía necesita expertos que la quieran y un
"ascensor" que la conecte con el primer equipo. En tiempos de
Guardiola y Tito se daban ambas condiciones. Durante la Edad de Oro de la Masía
– la que ha generado a Messi y a los
Campeones del Mundo Xavi, Iniesta, Piqué, y compañía –,
la Masía ha sido dirigida por Guillermo Amor y el fútbol base por Albert Puig;
Guardiola y Tito llegaron a poner de titulares hasta a ocho canteranos por
partido. No hay ninguna justificación para haber despedido Amor y Puig: ahora
en la Masia ya no impera la cultura de la excelencia sino el favoritismo, lo
que ha contribuido a uno de los peores rendimientos deportivos de la última
década, con un Barça B relegado a la Segunda División B por culpa de una
pobrísima gestión de Eusebio. Ya se intuyeron síntomas que la cosa no
funcionaba cuando el Barça perdió, por dejadez, tanto a Thiago como a Cesc, en
operaciones en las que el Barça perdió a jugadores insignia de su centro del
campo legendario para acabar reforzando a rivales europeos. Tampoco Luis
Enrique ha ayudado: esta temporada el ascensor sólo ha hecho subir a Rafinha y
Sergi Roberto, pero no han sido titulares. Dar minutos a los canteranos es
esencial para su progresión, y fichar talento de fuera tapa la progresión de
los canteranos.
El error en el que caen muchos barcelonistas es creer que el triplete justifica todo lo que se ha hecho, como si pulverizar la Masía y saltarse el centro del campo con prisas fuera necesario para conseguir buenos resultados. Muchos ignoran que parte del triplete ha sido posible gracias al mal momento que atraviesa el Real Madrid. El Real Madrid también olvidó esta sabia ley de los vasos comunicantes al ganar la "Décima" y lanzarse a proclamar con euforia que se había invertido un ciclo cuando en realidad era el Barça quien estaba en un bache debido al cáncer de Tito. Ahora celebramos que la prepotencia del dinero de Florentino cegara al madridismo, pero el socio azulgrana está a punto de caer en el mismo error. No sólo no debemos destruir la Masía, es que el triplete se ha construido en parte gracias a los esfuerzos pacientes de la Masía desde hace más de veinte años. Los chicos de la Masía suben con un valor añadido, que sólo se observa cuando se les ve jugar juntos. Lo que tenemos que preguntarnos es donde estaría el Barça si ahora Iniesta, en lugar de tener que aprender a combinar con Rakitic, Turan y un posible Pogba, hubiera podido seguir triangulando con los ojos cerrados con Thiago y Cesc. (No se entiende por qué no sube Samper, tal y como está la situación del Barça B.) Si ahora destruimos o devaluamos la Masía, dentro de diez años el Barça sólo podrá comprar jugadores en las subastas – como hacen el Madrid y el PSG – y no necesariamente triunfarán en el Barça (recuérdese el fracaso de Ibrahimovitz, un gran jugador). Mientras los fracasos de los canteranos no cuestan mucho dinero y se marchan con un agradecido aplauso, los fracasos de las estrellas a menudo cuestan una temporada, una fortuna y muchos dolores de cabeza. Sin embargo, éste es el único modelo que entienden la especie de empresarios como Rosell, Bartomeu y Florentino Pérez, y sólo nos lleva a un incierto remolino de humo.
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