En 1916, Albert
Einstein predijo la existencia de las ondas gravitacionales, una perturbación
periódica de la curvatura del espacio-tiempo que emana de cualquier cuerpo con
masa. No se habían detectado hasta ahora porque los efectos son insignificantes.
El día 11 de febrero de 2016 – cien años después de la predicción de Einstein –,
un equipo de científicos anunció que con la ayuda de un interferómetro
ultra-sensible de 4 km de largo habían podido detectar las ondas
gravitacionales emitidas por uno de los eventos más violentos del Universo: una
fusión de dos agujeros negros, de 29 y 36 masas solares, que ocurrió hace 1.3
billones de años. Aun así, la gravación de este cataclismo cósmico con el interferómetro
sólo dio una lectura de una diez-milésima parte de la anchura de un protón. Si
no fuera porque el interferómetro estaba duplicado – uno en el estado de
Washington y uno en Louisiana –, y las dos medidas eran idénticas, los
científicos no hubieran hecho ni caso. La energía liberada en forma de ondas
gravitacionales en la última fracción de segundo por la fusión de estos dos
agujeros negros superó la suma de la luz irradiada por todas las estrellas del
Universo presente.
Messi perturba a
menudo el espacio-tiempo azulgrana con sus explosiones de genialidad. En 2007,
ante el Getafe, dribló a seis jugadores – contando al portero – y marcó
siguiendo una trayectoria exacta a la que Maradona había seguido en el Mundial
de 1986 en el partido Argentina-Inglaterra. Aquel gol de Maradona es considerado
a menudo uno de los mejores goles de la Historia, y Leo lo repitió como si los
jugadores del Getafe fueran marionetas accionadas por él. Tres días después del
anuncio del descubrimiento de las ondas gravitacionales, el Barça de Luis
Enrique ganó 6-1 al Celta en una de las mejores segundas partes que recuerda el
aficionado culé (5 goles en 10 minutos). Messi ya avisó que tenía un día
señalado al clavar una falta directa a la escuadra. El argentino, que se supera
minuto a minuto, debió pensar que ese día un simple tiro directo no bastaba
para pasar a la historia. Al llegar al minuto 79, hizo un dríbling magistral a
un pobre jugador del Celta que vio como una pierna de Messi pasaba por un lado
y el resto del cuerpo de Leo pasaba por el otro lado. Este enredo cuántico
causó tanta confusión en el defensa que sus átomos se superpusieron con los de
Messi y le provocaron penalti.
Lo que pasó a
continuación fue tan singular que borró este dríbling sublime de la memoria azulgrana.
Messi se disponía a tirar el penalti y estaba a punto de anotar su gol 300 como
azulgrana pero no tenía suficiente: quería provocar otra perturbación sideral.
Corrió hacia la pelota, y ... la dejó floja a la derecha hacia Suárez, que
marcó a placer.
Los culés de todo
el mundo entonces sintieron la vibración dentro del alma. "El penalti de
Cruyff!", Saltamos todos, emocionados. Imagínese la descarga de energía
que ello representa a escala planetaria. Cruyff, ahora enfermo de cáncer, lo
vio y dice que también se emocionó. Messi – titiritero por segunda vez –
acababa de recrear el penalti indirecto que Cruyff había marcado con Olsen en
1982 cuando jugaba con el Ajax. Como el interferómetro de las ondas
gravitacionales, Messi duplicó su hazaña para que los incrédulos puedan
registrar con más claridad la magnitud de su genio. La doble coincidencia con
Maradona y Cruyff sugiere que Messi no sólo es el mejor jugador que hemos visto
jamás, sino que tiene tanto poder sobre los que le rodean que se permite el
lujo de coreografiar homenajes a los grandes goles de la Historia. La gloria de Messi se construye con la esencia del Barça:
al preferir una asistencia a su gol número 300, Messi regaló otra ola de amor
expansiva al universo azulgrana y brilló más que todos los soles juntos.
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